La abuela
por Pablo Hildebrandt
Que le
enhebre la aguja. Porque ella está grande y ya no ve bien.
La
abuela Haydeé y su saco con las mangas colgando, sin los brazos dentro. Con una mano pasa el trapo rejilla por la
mesada y con la otra levanta la tapa de la cafetera para ver si ya está. Ella
hace muchas cosas y yo, sin poder enhebrar la aguja. Veo perfectamente el
agujerito pero el hilo se dobla: es
demasiado blando.
Miro el
reloj de péndulo en la pared. Suena a madera.
De
golpe me acuerdo de mi abuela chupando el hilo. Chupo: el hilo es salado. No es
fácil enhebrar una aguja. Por suerte mi abuela no me pregunta si ya está. Se
pone a hacer otras muchas cosas.
Es
dificilísimo enhebrar una aguja, pero al final puedo.
Le tiro
de las mangas sin brazos y le doy la aguja enhebrada. Tiene en un dedo un mini
cubilete plateado, hace unos movimientos raros y con la aguja atraviesa una
tela. Hace todo muy rápido.
Para mí
que la abuela Haydeé ve bárbaro. Además, ahora teje y mira la novela. No
necesita ver lo que teje.
Para mí
que la abuela Haydeé no necesita ver.
Para mí
que para enhebrar una aguja no se necesita ver bien.
Otro texto del taller
Mandarina
por Fernando Simonotti
Mis abuelos
vivían en una quinta, en el campo, lejos de casa. Todos
los domingos mi mamá, mi hermano, mi tío, tía y primas nos reuníamos allí a
almorzar el asado del abuelo. Mamá llevaba ensaladas: papas, huevos, tomate,
lechuga. Mi tía era la experta en empanadas de carne con pasas de uva. Experta
para los grandes, porque mis primas, mi hermano y yo detestábamos esas gomitas
dulces en las empanadas. Sin que nos viera los adultos jugábamos a ver quién
las escupía más lejos. ¡Si nos veían, el castigo era terrible!
Mi abuelo
prendía el fuego de la parrilla muy temprano y hacia el asado muy despacio. A
su alrededor girábamos los chicos: ¡Abuelo, dame pan tostado! Abuelo, ¿hay
provoleta? Él nos espantaba cariñosamente revoleando un trapo, como si fuéramos
moscas.
La mañana y
sus juegos terminaban con el llamado ¡A comer! Con mucho esfuerzo nos obligaban
a lavarnos las manos y a sentarnos a la mesa, nosotros con pocas ganas.
Comíamos
inquietos, deseosos de volver a correr el parque inmenso. ¡Hay mucho sol,
cuídense!, nos decían los grandes y nos mandaban a jugar a las cartas bajo la
sombra de la pérgola, mientras ellos pelaban kilos de mandarinas y su olor
dulce cubría la tarde.
Casi como una consigna política o una declaración de principios:
Talleres para todos.
Porque queremos compartir el placer de la escritura y la ilustración.
Nuestro taller del 25 de mayo fue una fiesta: escribimos, dibujamos y surgieron mundos nuevos y colores.
Chicos y grandes trabajaron con muchas ganas.
Nos inventamos historias maravillosas.
Próximo encuentro: último sábado de junio en Casa Río de Janeiro
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