martes, 29 de enero de 2013

El gato de la merienda

Por el patio de casa todas las tardes a la hora de la merienda pasa un gato. Es un gato negro con una gran mancha blanca en un ojo, que desfila muy elegante por la pared medianera, después se trepa por un borde y salta al balcón del vecino.
 
- ¿De dónde viene ese gato, mamá? ¿Lo viste?
- No-.
No lo vi porque siempre estoy haciendo cosas fundamentales para la humanidad: acomodando la heladera o la alacena o haciendo café o controlando que no se quemen las tostadas.

viernes, 25 de enero de 2013

El monstruo (cuento largo) ( y no digas que no avisé, eh!)


Cuando llegamos al consultorio para el monitoreo, yo sólo pienso en la torta de manzana que voy a pedirme en el bar de la otra cuadra, a la salida de la consulta. Pero cuando el médico me revisa, dice: “Intérnate ahora, porque viene, ya viene”, y después llama a la jefa de sala de partos, para avisarle que vamos sin registrarnos. “Piso siete”, te indica a vos, que te habías puesto pálido. “En dos horas nos vemos”, dice después, cuando te da la mano y nos despacha del consultorio. Para mí es todo mentira, porque no me duele para tanto, ni tengo síntomas raros, de esos que dicen que vas a tener. Seguro que quiere tenerme internada, porque yo estoy espléndida y lista para ir a tomar el té con torta. Entonces discutimos un poco, porque vos no te atrevés a contradecir al médico, los dos parados en la vereda, mientras mirás con ansiedad la calle para conseguir un taxi: “Pero tengo sed, un té rápido”, casi ruego yo, cuando me empujas adentro del primer taxi que pudiste parar.  
En el hall del sanatorio, mientras esperamos el ascensor, la panza ballena se me pone dura: me duele de una manera intensa, más que antes. Y cuando llega el ascensor, el dolor es tan fuerte que me tengo que doblar un poco para agarrar a la ballena por abajo: la rodeo con mis brazos como si fuera una pelota gigante que se me fuera a caer de las manos, una roca de montaña, mientras vos otra vez me empujás, para subir al ascensor, en este caso.

Vacaciones de la previa de las vacaciones

Las horas son largas y calurosas. Las nenas están en la pileta, por suerte. Yo escribo. Tecleo una nota y pienso en las banales (y nada banales) cuestiones de la vida doméstica: la comida de la noche, los planes del fin de semana, ¿y si llueve?, las ganas de ir al museo, ¿y la eco salida que nos debemos? Somos tan bichos urbanos que nos cuesta enormemente salir al verde. Ahora sí: puestos en la naturaleza no hay quien nos pare: las chicas trepan, corren, saltan, investigan bichos. El señor pulpo disfruta del oxígeno y el aire fresco bajo la copa de un árbol. A mí quizá se me da por salir a correr.

Pero ahora pienso en las impostergables compras (¡qué maldita alma pragmática!): Martu necesita un piyama ya, y hay que comprar desodorantes, Ibupirac jarabe, ¿una malla para Emmu? No me tengo que olvidar de visitar al pediatra (pero cuándo), y comprar los delantales para la escuela. Además, se acabó la mermelada. ¡UF! me cansé. Mejor no. Mejor tecleo. Y sigo buscando hormigas de verano (¿se fueron? los lectores, digo, no las hormigas... ¿no es agobiante la previa de las vacaciones?).

jueves, 24 de enero de 2013

El camino a la escuela




Cuando vamos a la escuela con Emma cantamos canciones. La del pollito que tiene miedo del zorro, la del zorro que le tiene miedo al hombre. También inventamos cuentos: el de las hormigas que cruzan la vereda de un lado al otro, esas hormigas gordas que saltamos al pasar. Algunas llevan la carga de una minúscula hoja verde; otras simplemente pasean.
-          ¿Las hormigas comen lechuga, mamá?  
-          Sólo con aceite y sal. Las hormigas tienden la mesa con un mantel a cuadros y sirven copas hechas de pétalos con agua de lluvia.
-          ¿Y si no llueve?
-          Y si no llueve, no.  

Llegamos a la esquina. Miramos para un lado y para otro y nos animamos a cruzar. En la vereda siguiente hay perros esperando a otros perros: una manada de peludos, cabezones y ostentosos que un paseador mantiene atados con correas. A los que se suman otros dos que acaban de salir de un edificio. Emma se acerca a un collie para tocarlo; se acerca con el cuerpo y el brazo al mismo tiempo que aleja la mano: quiere y no quiere a la vez. El perro inmutable: actitud contemplativa.
Seguimos caminando y llegamos al parque. Hay charcos en el camino de piedras y tres palomas toman agua con movimientos espasmódicos. En los canteros se adivina el barro. Hay olor a la primavera que vendrá. Cuando salimos de la guarida de sombra que forman los árboles, el brillo blanco del sol borra el paisaje: la vida es puro sol esa mañana. Destellos y Emma que se ríe porque sí. Y yo también me río de nada. De pura risa nomás que brota y sale a rodar por el camino de piedras, esquiva palomas, se humedece en algún charco. Risa vana y tibia, porque el aire renovado invita: salió el sol y es la mañana.