martes, 29 de enero de 2013

El gato de la merienda

Por el patio de casa todas las tardes a la hora de la merienda pasa un gato. Es un gato negro con una gran mancha blanca en un ojo, que desfila muy elegante por la pared medianera, después se trepa por un borde y salta al balcón del vecino.
 
- ¿De dónde viene ese gato, mamá? ¿Lo viste?
- No-.
No lo vi porque siempre estoy haciendo cosas fundamentales para la humanidad: acomodando la heladera o la alacena o haciendo café o controlando que no se quemen las tostadas.

- ¿Y a dónde va? – le digo.
Misterio. Sólo sabemos que es un gato puntual: aparece cuando Marti está por dar el primer mordisco a su tostada rebosante de dulce de leche.
- Mirá, mamá, ¡el gato!- pero no: no llego a verlo. Se esfuma. Como el gato de Chesire. Debería dejar lo fundamental para otro momento.
Martina sale al patio. En el patio hay una luz muy blanca. El atardecer se adivina rojo detrás de los edificios. El aire está húmedo y cálido. Martina mira la medianera y el balcón por donde se fue el gato. Después se sienta en una de las sillas de la hamaca y se balancea. Se queda dormida. Entonces un cuerpo peludo y calentito se sienta a su lado: ella abre los ojos sin sobresaltarse. El gato la mira. La mancha blanca es más grande.
- Me asustaste- dice Martina. El gato se sienta en el asiento de enfrente.
- Nunca me convidas nada de tu merienda. Sos una chica glotona,- dice y parece que sonriera.
- Qué gato atrevido – dice Martina- ¿Quién te invitó a mi patio?
- Quiero que me convides dulce de leche. Si me convidas tostadas te llevo a mi mundo de maravillas. Si no, atacaré tu heladera…- dice el gato antes de desvanecerse en el aire.



CONTINUARÁ

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