Las horas son largas y calurosas. Las nenas están en la pileta, por suerte. Yo escribo. Tecleo una nota y pienso en las banales (y nada banales) cuestiones de la vida doméstica: la comida de la noche, los planes del fin de semana, ¿y si llueve?, las ganas de ir al museo, ¿y la eco salida que nos debemos? Somos tan bichos urbanos que nos cuesta enormemente salir al verde. Ahora sí: puestos en la naturaleza no hay quien nos pare: las chicas trepan, corren, saltan, investigan bichos. El señor pulpo disfruta del oxígeno y el aire fresco bajo la copa de un árbol. A mí quizá se me da por salir a correr.
Pero ahora pienso en las impostergables compras (¡qué maldita alma pragmática!): Martu necesita un piyama ya, y hay que comprar desodorantes, Ibupirac jarabe, ¿una malla para Emmu? No me tengo que olvidar de visitar al pediatra (pero cuándo), y comprar los delantales para la escuela. Además, se acabó la mermelada. ¡UF! me cansé. Mejor no. Mejor tecleo. Y sigo buscando hormigas de verano (¿se fueron? los lectores, digo, no las hormigas... ¿no es agobiante la previa de las vacaciones?).
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