jueves, 17 de enero de 2013

Peluqueria


Martina Laborde me acaba de mandar este dibujo para renovar esta entrada. La chica de los rulos fucsias, manda. El texto se renueva. Abrazos a Martina.
  
La cita periódica y obligada con la peluquería corroe mi paciencia. No me gusta que la recepcionista me llame por mi sobrenombre, ni que despliegue esa sonrisa tan profesional. Además, no soporto que me dé la revista Gente ni bien me siento frente a un espejo en el cual me veo, invariablemente pálida, con el semblante de la resignación. Es que ahí estoy, en el sillón de las confesiones a punto de admitir que me dejé estar: "y, sí, desde el invierno...", le digo al peluquero como pidiendo disculpas.

Y después de confesar mi verdad, me miro otra vez: mi cabellera luce como la de una bruja peluda.  ¿soy una persona o un espectro diábolico de pelambre poseída? Otra bruja prepara la pócima del color. 
 
Cuando era chica, mi abuela decía que tenía el pelo "crespito". Y mi mamá me llevaba a su peluquero - Roberto, un genio, decía- a cortarme la "melenita". A mí no me gustaba la melenita ni tener el pelo crespito. Yo quería tenerlo lacio y largo, hasta la cintura por lo menos, como mi amiga Carolina. Pero había manera de que fuera lacio, y eso que le pasaba el cepillo y mi mamá me hacía la toca, con un rulero grande en el medio de la cabeza y muchos ganchos alrededor.

Con el tiempo, me acostumbré a tener el pelo ondulado y después se inventó el gel y la mousse y ya no me dijeron más melenita ni crespito, y me amigué con unos rulos que surgían en diversos cortes: esos raros peinados nuevos.

Hasta que llegó la tintura. Al principio, como un juego: roja fulgurante, color ciruela o negro azabache. Ahora, por necesidad, porque sino arremeten las canas, que son crespitas, ásperas y recuerdan a la ceniza.

Entonces la peluquería es un mal necesario (también probé la tintura en casa: un capítulo que mejor olvidar). Por suerte entre los males encontré un lugar donde el peluquero trabaja en silencio y no es fanático del brushing. Además no abusan del volumen de la música y no me llaman por mi sobrenombre.

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