domingo, 1 de mayo de 2016

Son molinos




Va Don Quijote entre los llanos resecos de la era posnuclear. Ya pasó por Hiroshima y por Chernobyl. También recorrió los campos de la Segunda Guerra y avanza por Asia, inundaciones, bombardeos y el cambio climático. Los molinos de viento siguen girando a lo lejos y una brisa apenas le suaviza el gesto adusto a nuestro caballero. El mismo gesto que todos los hombres y mujeres llevamos en esta sequía de amor y post tecnología. Pero, los molinos se mueven y eso es bastante en esta tierra asolada. Entonces él vuelve a empuñar su lanza.

martes, 21 de julio de 2015

En la geometría tal cosa no existe




Una mañana salía yo para mi trabajo, como todas las mañanas, cuando me encontré tirado en el umbral del edificio un segmento. No era muy grande ni muy chico y tenía un costado un poco abollado: la rayita que lo limitaba por el lado derecho estaba torcida y a punto de despegarse.
Me agaché para arreglarlo y escuché que lloraba. Según me contó, un vecino le había pateado sin querer ese costado y ahora tendría que amputárselo. Pero él no le temía al dolor, según me dijo, ya que en la geometría tal cosa no existe. Lo que al pobre le preocupaba y asustaba era pasar a ser una semirrecta.
La portera que justo entraba al edificio con sus bolsas de compras me miró con cara de sorpresa cuando me descubrió en cuclillas hablándole al piso. Me paré lo más rápido que pude y me saqué el sombrero para decirle “Buenos días”. Ella murmuró algo que no entendí y entró al edificio.
El segmento seguía gimiendo y suspirando desde el piso. Me agaché para escucharlo mejor. Me dijo que tenía miedo de ser semirrecta, porque su vida siempre había sido limitada, medible, y siempre al servicio de triángulos o cuadrados. De hecho se había desprendido de una baldosa, dijo.
Yo no sabía qué hacer. Me daba tanta pena esta pobre abstracción ahí llorando.
-          ¿Cómo puedo ayudarte? - le dije mientras pensaba que esto me costaría una nueva llegada tarde a la oficina y el consiguiente reto de mi jefe.
-          Lo único que puedes hacer-  dijo con voz quejosa – es sacarme el palito que está casi despegado de mi cuerpo, y ponerlo perfectamente paralelo. ¿Podrás?
-          Por supuesto- dije calzándome los lentes que tenía en el bolsillo del impermeable.
Cuando me puse los anteojos vi con claridad el problema. También observé que el pobre segmento estaba temblando ¿sería de los nervios?
-          Un, dos, tres,- dije y tiré con fuerza del palito del borde y lo puse prolijamente a su lado.
Entonces el piso vibró. Sentí una explosión bajo mis pies y por sobre el estrepitoso trueno escuché:
- Tres, dos, uno, ¡cero! – gritó el segmento y despegamos del piso propulsados por una fuerza indomable. 
- ¿Qué pasó? – dije. El segmento era ahora una línea certera que me agarraba muy fuerte mientras avanzábamos como una flecha cortando el aire. Avanzábamos por un cosmos negro lleno de puntos brillantes que flotaban.
-          ¿Dónde estamos? –pregunté aferrándome a él como podía, cuidando que no se me cayeran ni el maletín ni el sombrero. 
-          Disculpame, me daba mucho miedo viajar al infinito sin compañía. ¿Te molestaría acompañarme?
-          Pero, ¡maldito segmento! voy a llegar tarde al trabajo. Me van a descontar el día. Y este polvillo me ensucia el traje -.
-          Semirrecta, querido, ahora soy una semirrecta. ¿No ves mi cuerpo alargado y vertiginoso? – dijo y me miró con sonrisa coqueta.
-          Pero ¿mi trabajo, mi casa? ¿Cómo vuelvo? ¿Dónde estamos?
-          ¡Ay, humanos! Qué poco saben de los placeres de la geometría. Olvidate del reloj, ahora es el puro espacio. Esos destellos que ves ahí son puntos y tienen una ubicación tridimensional y medible en el espacio, aunque pocos saben medirla. Además, la mayoría de las personas los trata como si solo vivieran en los planos. Y eso que ves allí, son circunferencias, ¿bellas no? Son armónicas y se rigen por el número PI. No tienen superficie.
Sus ojos eran brillantes ahora y sus pequeños labios rojos, muy rojos. Una semirrecta sensual para un viaje por el cosmos de la geometría: no estaba tan mal, después de todo. Cuando superé el vértigo y pude mirar más allá de mis zapatos, distinguí que pasábamos por pizarrones y aulas: en algunas había maestras con guardapolvos blancos explicando fórmulas; en otras, profesoras con voz grave y sentencias muy serias. Algunas tenían reglas de madera, otras dibujaban a mano. Pasamos por un aula en donde había chicos en dando un examen: todos callados resolviendo problemas. Y en otra, estaban en plena guerra de tizas: casi me da un tizazo una nena de vincha roja.  
La semirrecta parecía feliz y yo ya me había acostumbrado a la velocidad y al polvo cósmico ¿o era polvo de tiza? No lo sé, pero no me importaba porque los destellos de cada partícula iluminaban el espacio negro por donde avanzábamos. Un vuelo suave, de velocidad continua, en un ambiente cálido.
Hasta que de pronto vi delante nuestro una pared inmensa. Sin principio ni fin ni hueco por donde esquivarla.
-          ¡Nos vamos a estrellar!
-          Tranquilo, tranquilo. El tiempo de la geometría es siempre reparador: todo se transforma.
-          Pero yo no soy de la geometría –dije con mucho miedo: -Quiero volver a casa, quiero ir a trabajar.
-          ¿Acaso preferís la oficina a este viaje cósmico? Ay, humanos: no saben lo que tienen hasta que no lo tienen más.
-          Yo tengo miedo, es lo único que tengo- dije. La voz me salió quebrada, tenía ganas de llorar.
-          No tiembles – dijo ella,- ya vamos a salir. El único problema es que no nos volveremos a ver-, su voz era triste ahora. Me dio un beso y los ojitos se le llenaron de lágrimas.
Miré otra vez hacia adelante: la pared estaba cerca, muy cerca, cada vez más cerca hasta que distinguí un pequeño agujero de luz al que estábamos apuntando. Y por allí pasé a velocidad cósmica.
-          Límite ideal geométrico – estaba diciendo la maestra cuando salí a toda velocidad del pizarrón y aterricé sentado al frente del aula. El golpe fue fuerte, pero pude pararme. Los chicos, al verme, se quedaron como estatuas, con la boca abierta y los ojos inmensos, y la maestra gritó durante un largo rato hasta que se le acabó el aire y se desmayó. 
Yo me puse el sombrero y me sacudí el polvo cósmico que tenía en los hombros del saco. Y justo sonó el timbre: -¡Recreo! – anuncié sonriente, y fui el primero en salir al patio. 

 


miércoles, 26 de febrero de 2014

acumular

Acumular: reunir cosas, objetos diversos o lo que fuera - el verbo es transitivo- a través del tiempo.

Detener en un punto del espacio-tiempo el devenir de las cosas (esas cosas, objetos diversos o lo que fuera recién mencionados.)

Ellas  llevan poco tiempo en este paisaje terrestre urbano y tienden a acumular. 

Juntan papelitos, caramelos, figuritas, palitos, lanas, trapitos, papeles. El universo se va poblando: pedacito roto de muñeco viejo se mezcla con souvenir de fiesta de cumpleaños (temática Violetta) junto a vincha de cuando era chiquita, caja de cartas viejas -de diferentes mazos y juegos pero no importa-  lapicera linda que no funciona, pincel de cresta endurecida, una coleccion de pelotitas en una caja.

Un sotck inclasificable de pavadas. Cuando clasifica, el acumulador se torna coleccionista, incluso puede especializarse en la práctica y cuando esto ocurre puede tender a la profesionalización de la manía. ¿Será ése un camino posible para estas pequeñas criaturas mencionadas?

El devenir de las cosas, objetos o lo que fuera no debería detenerse jamás. Permitir que el prójimo acumule debería ser un hecho moralmente reprobable.

Porque una de las consecuencias más dramáticas de enfrentarse a un paisaje de acumulación - sobre todo cuando se convive con gente que ejerce la acumulación con pasión y convencimiento - es la patente visualización del paso del tiempo.

Ahí están las cosas, objetos o lo que fuera denotando a viva voz su fecha de incorporación, su data entry digamos, y por ende su historia. O mejor dicho, está denotando que tiene una historia impresa en su pura objetividad, tiempo marcado en su materia. Horrible.

. Porque no me gusta leer en los objetos acumulados ese paso del tiempo.



martes, 18 de febrero de 2014

Disfrutá sin límites



El sobre al pie de la escalera le llama la atención: Disfrutá sin límites, dice en letras celestes, el color insignia del Banco. Tiene impreso, además, la foto de una pulida cámara digital, una cartera verde agua y varios paquetes de regalo con moños muy coquetos. 

Mientras sube la escalera saca la carta donde el Banco le informa que ha decidido subir el tope de gastos de su tarjeta de crédito. Y de paso la felicita por su desempeño como usuaria y la saluda cordialmente.

Abre la puerta del departamento y se deja caer en el sillón (tiene tantas ganas de sentarse). Vuelve a leer la carta. Veinte mil pesos de tope de gastos con tarjeta.

Deja el sobre y la carta en la mesa baja y se saca los zapatos (tiene muchas ganas de sacarse los zapatos). Descansa un minuto o dos. Y después va a la cocina y se sirve un vaso de agua.

Mira el contestador telefónico: ni un mensaje. Hace días que él no llama, no manda mail, no es visible en el chat, no postea en Facebook, no se comunica al celular.

Vuelve al sillón y ve el sobre: Disfrutá sin límites. Relee la carta, la felicitación y el nuevo tope para compras. Qué me compro, ¿la cartera verde agua o la cámara digital? 
El problema del disfrute del consumo es que requiere del traslado al shopping, y le duelen los pies. 
¿Podría comprar por Internet? Podría, pero no es lo mismo. Para disfrutar como el imperativo del sobre indica tiene que estar de cuerpo presente en la situación de compra, y eso implica ponerse los zapatos (zapatillas también vale) y sobre todo ir al shopping (para comprar a pleno es imprescindible el shopping). 

El problema real es que no le gustan los shoppings: el aire viciado, el sonido ambiente y la circulación siempre complicada – escaleras mecánicas que suben cuando se quiere bajar, ascensores escondidos y solitarios, por no hablar de los baños…-, sumados a la iluminación dicroica que rebota en vidrios y la música furiosa de algunos locales más las charlas entrecortadas que se oyen al pasar y el laconismo habitual de las vendedoras: esa suma de elementos le provoca dolor de cabeza.

Y además, comprar requiere una serie de decisiones agotadoras.

Porque si no ocurre el “amor a primera vista” con una prenda o la necesidad –fuertemente reflexionada- de cambiar el viejo jean que ya apesta, comprar cualquier prenda o accesorio la pone en general en incómodas indecisiones de color, por no decir las intempestivas elucubraciones a las que la lleva, allí mismo, frente a una vidriera o dentro incluso de un local acristalado y altisonante, las valoraciones concretas del uso real que podría darle a la prenda en cuestión -pongamos por caso, la cartera verde agua-, sus posibilidades puntuales de aplicación -¿para ir a trabajar? ¡si ni siquiera entra la agenda!-, sus combinaciones potenciales y contingentes -¿con qué zapatos?- además de la evaluación -abstracta y de estilo- de su compatibilidad con otras prendas de su placard – que tiende al negro y blanco, por cierto-.

Ninguna llamada perdida en el celular. Ningún mensaje que haya entrado sin ser notado. 

Pone un pocillo con café a calentar en el microondas. Mientras el visor del aparato marca la cuenta regresiva, ella piensa que no estaría mal sin embargo salir a dar una vuelta, y de paso dejar de mirar el contestador, el celular y el mail. Caminar un poco, mirar vidrieras, buscar una cartera, ¿verde agua, tal vez? 

Iría hasta el shopping del barrio, se dejaría tentar, entraría a un local y hasta rozaría con sus propias manos una cartera de cuero o un par de zapatos con muchas texturas o quizá un cinturón… y en ese momento del contacto directo, su cabeza –está segura de eso- sería atrapada por una sola pregunta: 

¿Inversión o gasto? Y la respuesta en forma de cartel luminoso mental diría Alerta Consumo/ Alerta Consumo y ahí vendría el discurso de contrapartida: Pero hay que darse un gusto, ¿no? y además, me lo merezco, diría por las dudas, como refuerzo argumentativo y pensando un poco en el celular que no suena y el chat inactivo.

O mejor no: no salir. Quedarse descalza en la casa sola. Tomar café. Abrir el Word y escribir dos cartas. A él, primero: una despedida contundente que termine en un Ya no te espero. 

Y después al Banco, para decirles, Gracias, tengo lo que necesito y lo disfruto. Y el gusto en saludarlos, al igual que el límite de gastos, sigue siendo mío.