En la casa de la mujer pulpo el atardecer es ajetreado. Mientras que suenan Los Beatles, la pulpa va y viene de la cocina al baño. Resulta que el calefón
no funciona bien: se apaga a cada rato y si la pulpa se descuida, la bañadera
se llena de agua fría y los pulpitos se enfrían y se enferman. Porque es
invierno y los chicos necesitan agua caliente para nadar un poco a su gusto,
desplegar todos sus brazos y sacarse la mugre, uno de los objetivos más
importantes de tanta agua y espuma y calefón.
Mientras el chorro sale con vapor y mucho ruido, los chicos van
arrojando sus juguetes a ese mar doméstico. Pero el calefón se apaga, mamá
pulpa lo nota porque ve que el
chorro de la bañadera sale sin vapor y tiene que cerrar la canilla otra vez, volver
a la cocina, encender de nuevo otro fósforo, girar y apretar la perilla hasta
que salga el gas, encender la llama y sostener un rato. Se llama "sistema
piloto", la pulpa lo sabe y también sabe que este aparato requieren paciencia,
una paciencia que ella no siempre tiene.
Pero ya está: vuelve al baño, abre la canilla y el chorro sale vaporoso otra
vez, y además con ruido, tanto ruido que la música no se escucha en el baño y
mamá pulpa tiene que ir al living a subir el volumen. Va y vuelve bailando mientras los chicos ponen juguetes en la bañadera. Y cuando mamá pulpa está frente
al espejo del baño, se mira y hace una mueca de sonrisa. Y
otra de tristeza. Y después vuelve a sonreír. Entonces se saca el maquillaje mientras
tararea: yeah yeah yeah! con mucha fuerza. A la mujer pulpo le
gusta mucho cantar al atardecer.
Cuando termina de nutrir su cara con cremas y ungüentos marítimos, la
mujer pulpo pone un poco de loción para hacer espuma en el agua. Las burbujas
crecen de a poco y acunan a un delfín de plástico, un pato de goma eva y varios hipopótamos
lavables. ¡Fiesta marítima! dicen los chicos y se sacan la ropa rapidísimo. Mamá
pulpa ayuda: tira de una manga, tira de otra, y de otra, y de otra, y de otra.
Los pulpos se zambullen en la bañadera y en ese momento suena el teléfono.
El señor pulpo, que a esta hora ovilla sus tentáculos en el sillón del
living y se esconde tras un libro, atiende y al rato llama a su mujer. Ella sale
del baño vaporoso y toma el tubo: es la prima pulpa que habla, habla y habla, y
aunque no se escucha bien porque John y Paul yeah yeah, mamá pulpa llega
a entender que la prima va a festejar el cumpleaños de su hijo mayor, y
necesita la receta de la torta de calamares y dulce de leche. “Un momento”,
dice pulpa y se va, meciendo sus tentáculos al ritmo del pop. Y cuando vuelve al teléfono
con su cuaderno de recetas dicta a su prima: “calamares, dulce de leche,
avellanas, sal de mar y un cangrejo de chocolate”. La receta le da hambre, pero
no puede ir a picar alguito, como dice el señor pulpo, porque la prima le cuenta todo lo que está cocinando y como va organizar la casa para que haya más espacio y ahora repasa, -justamente ahora-, la lista de invitados: “¿Te acordás de Beluga?” pregunta. A mamá pulpa le cruje el estómago y no se acuerda. La prima insiste: ese compañero de escuela que la acompañaba
a la casa cuando era chica y que también estaba en sus cumpleaños y que "una
vez se quedó dos días seguidos a dormir en casa después de mi cumple de diez, ¿no te acordás?". Pero no hay caso: “¿Quién es Beluga?”, dice la pulpa. “Ya lo vas a ver”,
dice la prima y después le pide el teléfono del tío Tiburón, que hace tanto que
no ve, dice. Mamá pulpa deja el tubo y va en dos ágiles vueltas de tentáculos a
buscar su agenda. Vuelve con giros de brazos - yeah, yeah- y se sienta al teléfono: dicta a su prima más de quince cifras: Tiburón vive en un mar lejano y hay que
marcar muchos números para comunicarse.
Prima pulpa agradece y sigue contando que alquiló un mar inflable para
los chicos y que en la fiesta también va a haber un pez payaso. Mamá pulpa escucha mientras con dos de sus tentáculos juguetea con el
cable enrulado del teléfono y entonces se da cuenta de que se está enredando demasiado
en esta conversación: ¿por qué no habré usado el inalámbrico? se pregunta,
mientras le dice a la prima que mejor la siguen otro día, que los pulpitos
están en la bañadera, que debe haber agua hasta el techo del baño. “Pero
perdóname pulpa linda no sabía”, dice la prima. Y cómo iba a saberlo si ella no
se lo dijo, piensa pulpa pero prefiere decir, “te perdono, te perdono y chau”.
Después corta, se desengancha del cable de rulos y vuelve al baño.
“¡Agua!” grita
al abrir la puerta: la bañadera está llena hasta el techo, y la espuma casi
llega al vecino de arriba. Rápidamente, mamá pulpa entra en acción: con un
tentáculo cierra la canilla de agua fría y con otro, la caliente, con otro saca
el tapón, mientras manotea con otra mano el trapo de piso que está tras el bidet y levanta la alfombrita
de pies que está empapada. Los pulpitos que flotan por aquí y por allá se ríen de
ver a su mamá en tal despliegue y entre carcajadas tragan un poco de agua
jabonosa, que les provoca más risas y se atragantan y tosen burbujas tornasoladas.
Cuando baja la marea, es puro disfrute: a la mujer pulpo le encanta
bañar a sus hijos. Mimos con esponja, primero, mimos con champú después y finalmente mimos
sedosos con la crema de enjuage. Pero, ¡atención! Hay que pasar el peine fino.
Gertrudis, la nena pulpa, tiene familias enteras de piojos en la cabeza. A ella y a mamá
pulpa les da pena matarlos, así que los sacan y los ponen en el borde de la
bañadera para verlos caminar: los piojos hacen caminos sinuosos, se patinan
un poco por el jabón. "Bailan mamá", dice la nena pulpa y mamá los mira y mueve su cuerpo también.
Después, la pulpa anuncia que es el turno de Miguel y sacude el peine
fino con un tentáculo. El nene llora: no le gusta que le saquen los bichitos. Pero
ella avanza con palabras dulces y justo cuando está por empezar, suena el
teléfono otra vez. El señor pulpo atiende y al rato llama nuevamente a su mujer.
Ella deja el peine y sale del baño. Atiende casi sin tocar el cable de rulos:
es la prima pulpa otra vez que dice que se olvidó de aclararle que el cumple va
a ser fiesta de disfraces, “¿no es divertido?”, comenta. Mamá pulpa no sabe realmente
si es tan divertido porque sólo quiere volver al baño, terminar con el rito del
peine, y poner los piyamas de ocho brazos largos a sus pulpitos. Y todavía
queda hacer la comida, y no se acuerda si hay mariscos en la heladera.
Podríamos pedir una pizza, la de algas, que no engorda, piensa pulpa, y listo.
Despide a la prima y vuelve con pasos cansados al baño. Los Beatles cantan un
tema lento. El agua sale sin vapor. Mamá pulpa vuelve a la cocina y ejercita otra vez su paciencia. Cuando vuelve al baño, los chicos están nadando: desperezan tentáculos. La mujer pulpo se sienta en el borde del bidet, toma el peine y Miguel vuelve a llorar, mientras los piojitos de Gertrudis siguen
sus caminos ondulados de jabón y mamá pulpa piensa: ¿de qué me disfrazo?
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