- Estaba
pensando que mejor te dejo el lavarropas.
- Como
quieras.
- Sí, te lo
dejo. No lo voy a necesitar.
- ¿No vas a
lavar ropa? – dice ella.
Están
sentados frente a frente en la mesa rectangular que ocupa el centro del
ambiente. La misma mesa donde compartieron cenas y almuerzos cotidianos, encuentros con
amigos, cumpleaños, comidas caseras.
- Disculpá, no es mi problema, claro – dice
ella apurada por aclararle y aclararse que realmente no es su problema y subrayando la idea con un gesto de la mano que también dice no.
Él se para
y va hacia la ventana. Desde el ventanal se ve un perfil de edificios grises,
cables colgantes y cielo nublado. Vista al norte, sol todo el día, recuerda que dijo la empleada de la inmobiliaria cuando visitaron por primera vez el departamento. Va a extrañar esa vista.
Entonces mira al piso, la punta de sus zapatos, y dice:
- Estaba
pensando que me vendría bien la cafetera. Y vos últimamente tomas té –, su voz tiene un tono grave que el habitual.
Ella se
mira las uñas. Comidas, mordidas, despintadas. ¿Hace cuánto que no va a la
manicura?
- Bueno, si
no te molesta me podría llevar la cafetera.
- No sé-
dice ella inmediatamente: - Es un regalo que nos hizo mi hermana.-
Él camina hacia
la biblioteca, una estantería del techo al piso y de pared a pared donde hay
libros y también algunos huecos de espacios vacíos. Observa con detenimiento algunos
lomos y saca el de las obras completas de Borges, el que ella usó para
estudiar en la Facultad. Con el libro en la mano, la mira:
- A los dos
nos regaló la cafetera, no es sólo tuya – dice y después deja de mirarla y se
pone a leer una página abierta al azar.
- No claro,
por supuesto, la cafetera es de los dos, - ella repite el gesto de la mano
y después vuelve a mirarse las uñas. Un esmalte rojo le vendría bien, rojo
oscuro.¿Por qué no deja ese libro en su lugar?
- Si no
querés darme la cafetera, no importa, no te preocupes,– dice él y vuelve a la
ventana sin soltar el tomo de Borges.
A lo lejos, en una terraza una mujer cuelga ropa de una soga donde lentamente empiezan a mecerse dos sábanas. Siempre se preguntó por las vidas de todos esos edificios y esas escenas vistas en las terrazas:
A lo lejos, en una terraza una mujer cuelga ropa de una soga donde lentamente empiezan a mecerse dos sábanas. Siempre se preguntó por las vidas de todos esos edificios y esas escenas vistas en las terrazas:
- Mañana a las 11 viene el camión para llevarse mis libros. Pensaba venir más temprano para empacar algunos que me faltan.
- ¿Más libros? – dice ella. Él se da vuelta
para mirarla. Sostienen uno instante la mirada. - Pensé que
ya habías empacado todos tus libros. Ése es mío, además.
Ella
quisiera levantarse de la silla y arrancarle el tomo de Borges de las manos, pero sigue sentada,
con las mandíbulas que de pronto duelen de tanto apretar y un incipiente calambre en una pantorrilla.
- Sí, ya sé
que es tuyo. Pero quería llevarme una de las colecciones de enciclopedias, la
que compramos en San Telmo, la de cuatro tomos, y algunas revistas que tengo que seleccionar de la caja que está ahí arriba.
- ¿La enciclopedia?
Siempre decís que para qué tanto papel, que todo entra ahora en un CD o en un
sitio web. ¿Para qué querés la enciclopedia ahora?, – ella siente un temblor de
labios al hablar y no quiere que le tiemblen los labios. Inhala con fuerza y
estira las piernas por debajo de la mesa. El calambre se expande por el músculo.
Él mira su
reloj pulsera y recuerda el día en que ella le regaló ese reloj: era su cumpleaños número treinta. Pero prefiere salir abruptamente de ese recuerdo:
- Me tengo
que ir ahora. Me esperan. Mañana hablamos de las enciclopedias – dice y vuelve
hacia los estantes y deja en un espacio vacío el tomo que tiene en la mano.
A ella le
molesta que ponga el libro en cualquier lugar, pero prefiere no decir nada del
orden. Se para con un movimiento brusco y va a la cocina. La pierna duele menos.
- Voy a
hacer café ¿Querés? – dice mientras llena la jarra de la cafetera eléctrica.
- No,
gracias. Vengo mañana-
y la sigue en sus movimientos y se acerca para darle un beso pero ella apenas registra su presencia y el beso termina
siendo un lejano roce de mejillas desencontradas.
- Chau –
dice él con el picaporte en la mano – te dejo las llaves. Mañana toco timbre. ¿Vas
a estar?
Ella se asoma
desde la cocina y lo mira.
– A las once -, dice. Tiene un repasador apretado en un puño.
Él sale y
cierra la puerta con especial suavidad.