miércoles, 22 de enero de 2014

Del Nombrario Apócrifo

Hace mucho mucho tiempo, una tarde de lluvia aburrida, en el desván de la casa de mi abuela, encontré el Nombrario Apócrifo. En ese tiempo no sabía qué significaba la palabra apócrifo y apenas comprendía lo que era un nombrario, aunque nomás al tomarlo en mis manos - un libro gordo y pesado, encuadernado en tela  y polvoriento - me di cuenta de que se trataba de un diccionario de nombres.

En el Nombrario estaban marcados todos los nombres de los miembros de mi familia, pero el texto tenía la particularidad de emborronarse a medida que uno lo leía, como si creciera la miopía del lector a medida que leía cada artículo, hasta hacerlo imposible de leer.

Con el suceder de los días - muchos días largos pasé en casa de mi abuela - me di cuenta que el nombrario solo dejaba leer un nombre por vez. Y con la miopía acelerada, ni siquiera podía llegar al final de cada artículo. Un artículo a medias por tarde. Una dosis diaria que me abismaba en un universo de preguntas: ¿por qué no podía leer si yo veía perfectamente? ¿qué magia tenían esas letras? ¿hasta dónde podía ver la descripción de cada nombre?¿quién elegía hasta donde podía leer?


Un día le conté a mi abuela del hallazgo. "Encontré un libro que vos tenés en el altillo: se llama Nombrario".
Ella se rió y dijo que ese libro tenía un secreto, que algún día me lo iba a contar y que me lavara las manos sucias que teníamos que comer. Mi abuela hacía comidas especiales cuando yo iba a visitarla.
Después de comer me dijo que tenía que lavar los platos. Y después, empezaba su novela.
Nunca me dijo el secreto.

Yo seguí visitando a mi abuela y leyendo con torpeza y entrecortadamente el Nombrario, hasta donde la miopía de cada día me dejaba. Era un libro que se defendía de ser leído.

Al final, mi abuela se murió sin contarme el secreto del Nombrario.

Por ahora les regalo un nombre. El nombre de mi mamá. Hasta donde llego a leer, dice:

Magadalena: las Magadalenas suelen ser complejas, multicolores, variables ante la vista. Emanan una luz facetada que vira en tonos rojizos y celestes a medida que el mirador las observa. A las magdalenas les gustan las almendras. Su destino es siempre trágico porque no saben reír: tienen que aprender a hacerlo a fuerza de muchas lágrimas. En invierno se ocultan tras los árboles o los edificios. No les gusta el frío y se repliegan bajo una gruesa capa de canciones cifradas en escalas aparentemente disonantes.

A partir de allí, la lectura empieza a borronearse. Sé que habla del futuro, porque veo borrosa la palabra futuro en el texto, pero no alcanzo a ver qué dice.

Mi mamá se llama Magdalena y su nombre está marcado en el libro con doble subrayado, del mismo modo que están marcados los nombres de mis tíos, mis primos y mis hermanas.

Y las letras se borronean y la abuela se llevó el secreto.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡A la Mujer Pulpo le encantaría leer tus comentarios!