jueves, 30 de enero de 2014

Gente práctica



- Estaba pensando que mejor te dejo el lavarropas.
- Como quieras.
- Sí, te lo dejo. No lo voy a necesitar.
- ¿No vas a lavar ropa? – dice ella.

Están sentados frente a frente en la mesa rectangular que ocupa el centro del ambiente. La misma mesa donde compartieron cenas y almuerzos cotidianos, encuentros con amigos, cumpleaños, comidas caseras. 

 - Disculpá, no es mi problema, claro – dice ella apurada por aclararle y aclararse que realmente no es su problema y subrayando la idea con un gesto de la mano que también dice no.
Él se para y va hacia la ventana. Desde el ventanal se ve un perfil de edificios grises, cables colgantes y cielo nublado. Vista al norte, sol todo el día, recuerda que dijo la empleada de la inmobiliaria cuando visitaron por primera vez el departamento. Va a extrañar esa vista.
Entonces mira al piso, la punta de sus zapatos, y dice: 
- Estaba pensando que me vendría bien la cafetera. Y vos últimamente tomas té –, su voz tiene un tono grave que el habitual.  

Ella se mira las uñas. Comidas, mordidas, despintadas. ¿Hace cuánto que no va a la manicura?

- Bueno, si no te molesta me podría llevar la cafetera.
- No sé- dice ella inmediatamente: - Es un regalo que nos hizo mi hermana.-

Él camina hacia la biblioteca, una estantería del techo al piso y de pared a pared donde hay libros y también algunos huecos de espacios vacíos. Observa con detenimiento algunos lomos y saca el de las obras completas de Borges, el que ella usó para estudiar en la Facultad. Con el libro en la mano, la mira:

- A los dos nos regaló la cafetera, no es sólo tuya – dice y después deja de mirarla y se pone a leer una página abierta al azar.
- No claro, por supuesto, la cafetera es de los dos, - ella repite el gesto de la mano y después vuelve a mirarse las uñas. Un esmalte rojo le vendría bien, rojo oscuro.¿Por qué no deja ese libro en su lugar?

- Si no querés darme la cafetera, no importa, no te preocupes,– dice él y vuelve a la ventana sin soltar el tomo de Borges. 

A lo lejos, en una terraza una mujer cuelga ropa de una soga donde lentamente empiezan a mecerse dos sábanas. Siempre se preguntó por las vidas de todos esos edificios y esas escenas vistas en las terrazas: 

- Mañana a las 11 viene el camión para llevarse mis libros. Pensaba venir más temprano para empacar algunos que me faltan.
- ¿Más libros? – dice ella. Él se da vuelta para mirarla. Sostienen uno instante la mirada. - Pensé que ya habías empacado todos tus libros. Ése es mío, además.

Ella quisiera levantarse de la silla y arrancarle el tomo de Borges de las manos, pero sigue sentada, con las mandíbulas que de pronto duelen de tanto apretar y un incipiente calambre en una pantorrilla.

- Sí, ya sé que es tuyo. Pero quería llevarme una de las colecciones de enciclopedias, la que compramos en San Telmo, la de cuatro tomos, y algunas revistas que tengo que seleccionar de la caja que está ahí arriba.

- ¿La enciclopedia? Siempre decís que para qué tanto papel, que todo entra ahora en un CD o en un sitio web. ¿Para qué querés la enciclopedia ahora?, – ella siente un temblor de labios al hablar y no quiere que le tiemblen los labios. Inhala con fuerza y estira las piernas por debajo de la mesa. El calambre se expande por el músculo.

Él mira su reloj pulsera y recuerda el día en que ella le regaló ese reloj: era su cumpleaños número treinta. Pero prefiere salir abruptamente de ese recuerdo: 

- Me tengo que ir ahora. Me esperan. Mañana hablamos de las enciclopedias – dice y vuelve hacia los estantes y deja en un espacio vacío el tomo que tiene en la mano.
A ella le molesta que ponga el libro en cualquier lugar, pero prefiere no decir nada del orden. Se para con un movimiento brusco y va a la cocina. La pierna duele menos.

- Voy a hacer café ¿Querés? – dice mientras llena la jarra de la cafetera eléctrica.

- No, gracias. Vengo mañana- y la sigue en sus movimientos y se acerca para darle un beso pero ella apenas registra su presencia y el beso termina siendo un lejano roce de mejillas desencontradas. 

- Chau – dice él con el picaporte en la mano – te dejo las llaves. Mañana toco timbre. ¿Vas a estar?
Ella se asoma desde la cocina y lo mira. 

 – A las once -, dice. Tiene un repasador apretado en un puño.
Él sale y cierra la puerta con especial suavidad. 



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