Si antes
era dar la teta cada dos o tres horas sin parar el sesgo agotador de la feliz
maternidad, ahora se trata de llevar y pasar a buscar a las nenas de sus actividades
diversas. Enumero sin exagerar: pintura, música, danza, acrobacia, francés. Además
del IVA (Instituto vocacional de arte) al que por suerte la ayuda de una combi
suple algunos días mi tarea de remisera.
Entonces cada
tarde, un poco antes de la merienda o minutos después, tenemos que salir de
casa para ir a un taller, instituto o escuela de algo. Sólo una vez coinciden
las dos en el horario y en el lugar (el bingo de los viernes). El resto de los
días, es un puro acompañar de una a la otra, las tres en colectivo, caminando,
en taxi o en auto, casi siempre a contrareloj, con merienda por el camino a
veces, con lluvia o con sueño: las condiciones no importan, seguimos el
cronograma de cada día. Sin pensar. Y sin parar.
Ellas van y
vienen entusiasmadas, embriagadas también con cada una de las clases. Son
participativas, activas, curiosas y aplicadas. Aprenden, disfrutan, se cansan. Cada
una de las propuestas las transporta a un mundo fascinante, porque cada una de
las disciplinas es, sin duda, una apertura vital a un mundo interesante,
atractivo, donde siempre hay más y más para aprender, para crear, para
investigar.
Para mí es
igual: casi todo me fascina y me parece interesante, atractivo por demás. Además
del trabajo, quiero hacer taller de escritura y de periodismo, de teatro para
despuntar el vicio, y un poco de gimnasia rítmica. Y el taller de armado
artesanal de libros. Y también hay un curso breve de cine clásico que me tienta.
Pero ocurre que no puedo, que mi agenda es un trabado, porque tengo todas las
tardes abocadas a dar la teta: la teta que lleva de casa al taller de música, y
mañana a francés, y pasado a acrobacia, y ¿a dónde vamos ahora?
La teta –
las dos tetas – se dedican los miércoles, por ejemplo, a dejar a una nena a
diez minutos de haber dejado a la otra, para después pasar de vuelta y desandar
el esquema - buscar a las mismas nenas en sentido contrario- y volver a casa. Que
ya no es la misma casa: es la casa del agotamiento del atardecer. De las ganas
de hacer poco y nada, apenas las tareas obligadas del fin del día: bañarse,
comer, y dormir por favor. Porque al otro día hay que salir de nuevo con la
teta: la teta que gira por la ciudad, por el barrio y aledaños, conectando una
práctica artística con otra, al servicio de un proyecto de niñez híper
estimulada, sobrepasada de información y saberes no formales, entrenada para
terrenos tan diversos que se torna definitivamente tirana y agotadora.