sábado, 27 de abril de 2013

Me rasco


Me pica, me rasco y me pica más. Me vuelvo a rascar y me sigue picando. Me rasco y se pone rojo. Roja la piel que arde y pica todavía y además está afiebrada. Voy al médico. Mira la piel. 

¿Pica? Pica. ¿Acá? Acá. ¿Cuándo? Pero qué importa cuándo y dónde si es siempre y en todos lados. Él dice que no es sarna, ni pulga, ni bicho bolita, ni herpes, ni pulla, ni polla en fuga. Dibuja jeroglíficos y firma. Pone sello orgulloso y me entrega el papel.  

En el laboratorio la enfermera aprieta el brazo con una goma que ajusta y ajusta, pica el brazo ahí donde la goma, y ella esgrime la jeringa y pincha brutal. ¿Duele? Duele y pica. Sube despacio por el tubo milimetrado sangre marrón, oscura y densa sangre, que llego a mirar por el costado del ojo que todavía no se desmayó. 


Después caigo. 

Cuando me levanto es de día y tengo el resultado: ocho páginas de datos numéricos y porcentuales y una sola conclusión: alergia.

¿Alergia a qué? El médico no dice que no sabe pero no sabe. Vuelve a poner jeroglíficos en un papel, firma, sello con orgullo, me lo da otra vez.

La enfermera sonríe y avanza con la goma que aprieta y pica. Después pincha y duele, saca sangre marrón, y me desmayo. 

El resultado es: al huevo no, al tomate no, tampoco a la frutilla. Ni al melón, ni a la sandía, ni a la Conchinchina (otra posibilidad).

El médico pone el sello y me dice que ahora tenemos que raspar. ¿Raspar qué? La piel, poquito, para ver si hay reacción. ¿Reacción a qué? A elementos del aire, dice y cuando pronuncia elementos me siento volar, pero es sólo un mareo.

La enfermera viene hacia mí con una lámina filosa humedecida en vayasaberquécosa.
Y los resultados pitagóricos dicen que el ambiente, que el ácaro, el polvillo, y el otoño, también el polen, la primavera, la humedad, el calor, la angustia y a veces el hambre: todo eso me pica. 

Me rasco un rato y no pica más.

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